Mexicanos, Espaoles: Nos han Robado 2 Elementos Químicos

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  • Nos han robado dos elementos químicos y sus nombres.
  • El vanadio debería llamarse eritronio.
  • El tungsteno debería llamarse wolframio.
  • Una historia de espionaje, naufragios y redescubrimientos.
  • Química fascinante con un toque de historia.

Ojo. Nos han robado dos elementos químicos. Bueno, no los elementos en sí, sino sus nombres.
De todos los elementos de la tabla periódica, sólo hay tres encontrados por españoles, dos de ellos en Hispanoamérica.
Dos de esos elementos no llevan el nombre que eligieron sus descubridores.
El vanadio debería llamarse eritronio y el tungsteno wolframio.
¿Pero cómo ocurrió esto? Bienvenidos a esta historia química con operaciones de espionaje militar, eminencias científicas que lapidifican naufragios y elementos descubiertos varias veces. Vamos a verlo.

La tabla periódica tiene 118 elementos químicos y la mayoría se han descubierto hace relativamente poco.
En la antigüedad, sólo se conocían un puñado de ellos, como el oro, el hierro, el azufre o el carbono.
La cosa empezó a coger ritmo a mediados del siglo 18.
En 50 años se aislaron una quincena de elementos, tantos como se habían descubierto hasta entonces.
Entre ellos, los protagonistas de hoy.

Nuestra historia comienza en 1777.
El ministro español de marina anda mosqueado.
Los cañones ingleses son mejores que los españoles y no sabe por qué.
Así que traza un plan.
Dos espías deben infiltrarse en la fábrica escocesa donde la potencia rival funde sus armas, descubrir el secreto y copiárselo.
Uno de ellos será Juan José de Luyar, un riojano de origen pasco francés que lleva cinco años estudiando química y otras materias en París.

La idea es enviarlo junto a su hermano Fausto al mejor instituto de metalurgia del continente, la Escuela de Minas de Freigberg, para que se convierta en todo un profesional.
Llegado el momento, se introduciría en la fábrica escocesa simulando ser alemán y del oficio para no levantar sospechas.
Para informar de sus progresos, redactaría cartas anodinas en alemán, intercalando aquí y allá palabras en euskera con la información relevante.
"Goim Mayakó secretua."

Por supuesto, como buenos españoles, la operación fue un fracaso en toda regla.
De hecho, Juan José ni siquiera llegó a viajar a Escocia.
Pero a los hermanos de Luyar les proporcionó una formación valiosísima y pistas para descubrir un nuevo elemento.
La cosa empezó a fraguarse.

Con Fausto ya de vuelta en España, Juan José viajó a Suecia, donde conoció a dos de los mejores químicos de la época.
Bergman le causó tal impresión que decidió aparcar su misión secreta y apuntarse a uno de sus cursos de química.
Shill era un máquina.
Descubrió o intuyó la existencia de un montón de elementos como el oxígeno, el nitrógeno, el cloro, el bario, el manganeso o el molibdeno.

Poco antes, Bergman y Sield habían examinado un mineral llamado tungsten, que en sueco significa piedra pesada, y ahora se conoce como xilita.
Obtuvieron de ella un óxido amarillo y sospechaban que ahí había un metal desconocido, pero no habían llegado a aislarlo.
Durante el curso de química impartido por Bergman, Juan José tuvo que hacer un análisis del tungsten para sus prácticas y, aunque todavía no lo sabía, le iba a ser muy útil.

Poco después, en 1783, el ministro se le agotó la paciencia y canceló la misión de espionaje.
Además, España estaba a punto de firmar la paz con Inglaterra y no quería problemas.
Juan José regresó a Vergara, donde su hermano daba clases de mineralogía y metalurgia.
Juntos se pusieron a estudiar un mineral de color pardo negruzco que se habían traído de unas minas de estaño centroeuropeas.
Su nombre era wolfram, que en alemán significa baba de lodo.

Y es que al fundir la roca para extraer el estaño, ese mineral generaba una especie de espuma que impedía recuperar parte del metal.
Lo devoraba como un lobo a una oveja.
Los hermanos de Luyar sometieron el mineral a todo tipo de pruebas.
Lo calentaron con soplete por separado y con distintos aditivos, lo hicieron reaccionar con diversos ácidos y concluyeron que estaba compuesto por hierro, manganeso y un polvo amarillo que parecía el mismo que habían obtenido Bergman y Schill a partir de la piedra pesada.

Para confirmar la naturaleza de la sustancia amarilla, prepararon una gran cantidad de ella.
Al calentarla en un crisol bien tapado, que puede alcanzar temperaturas muy altas en presencia de carbón, obtuvieron un conjunto de globos metálicos, entre los cuales había algunos del tamaño de una cabeza de alfiler, cuya fractura era metálica y de color del acero.
Básicamente, lo que consiguieron fue un proceso de oxidación y reducción en la que el carbón se llevó el oxígeno del óxido del nuevo elemento, dejando al metal solito.

Tras enunciar en detalle sus propiedades, los de Luyar concluyeron que esos globos eran lo bastante diferentes como para considerarlos un metal distinto a todos los demás.
Boom. Así se descubre un elemento.
En cuanto a la denominación, los de Luyar no dejan lugar a dudas: daremos este nuevo metal el nombre de wolfram, tomándolo del de la materia de la cual lo hemos sacado.
Le corresponde mejor que el de tungsteno que pudiéramos darle en atención, haber sido la tungstene la primera materia de que se ha sacado su cal.

Los de Luyar en todo momento reconocen y valoran el trabajo de Bergman y Schill, y estos admiten el descubrimiento de los españoles.
Pero, aun así, en los países de habla inglesa se impuso el nombre de tungsteno.
¿Cómo es posible? Quizá esta sea la explicación.
Los de Luyar presentaron sus resultados en español en septiembre de 1783, pero cuando se tradujeron al inglés dos años más tarde, se publicaron conjuntamente con el artículo original en que Bergman y Schill describían el análisis de la piedra pesada, es decir, del tungst.

Eso, unido al prestigio de estos dos grandes químicos, pudo hacer que la denominación alternativa se impusiera en inglés.
Y ya sabemos qué idioma es el que manda hoy en día, pero luego volveremos sobre eso.
El caso es que los dos hermanos de Luyar acabaron en América.
Juan José como director general de minas de Nueva Granada, la actual Colombia, y Fausto con un cargo análogo en México.

Y ahí es donde comienza nuestra segunda historia.
En 1792, Fausto funda el Real Seminario de Minería de México y para ocupar la cátedra de mineralogía se llevó a Andrés Manuel del Río, un joven madrileño a quien había conocido algunos años antes durante sus viajes por Europa.
Además de dar clases, se dedica a analizar y organizar minerales.
En 1801 estudia el plomo pardo procedente de las minas de Cimapan, en el actual estado de Hidalgo.
Del Río observa que en torno a un 15 % corresponde a una sustancia desconocida.

Tras tratar las muestras, concluye que se trata de un nuevo elemento químico.
Decide llamarlo pancromo, que en griego significa de todos los colores, porque da lugar a óxidos, disoluciones, sales y precipitados de distintas tonalidades.
Esto es debido a que este elemento presenta varios estados de oxidación diferentes.
Es capaz de ceder dos, tres, cuatro o cinco electrones dependiendo de con quién reaccione, cada uno de los cuales da lugar a compuestos de un color distinto.

En cualquier caso, luego se lo pensó mejor y cambió a eritronio, de eritro (rojo en griego), porque muchas de sus sales se volvían rojas al calentarla o en contacto con los ácidos.
La primera mención al nuevo elemento se produce en 1803, en una revista española que se limita a nombrar el pancromo como una sustancia nueva descubierta por del Río.
Pero ese mismo año iba a ocurrir algo que lo cambiaría todo.

Alexander von Humboldt, el famoso geógrafo, naturalista, explorador y otras 20 cosas más, llegó a México.
Esto nunca acaba bien.
Del Río conocía bien a Humboldt.
Había coincidido con él en la escuela de minas de Freigberg, la misma a la que habían acudido los hermanos de Luyar.
Así que, error. Decide hablarle del nuevo elemento que había descubierto, pero Humboldt no se deja impresionar.

Le parece que ese elemento se comporta de manera muy parecida al cromo descubierto seis años antes.
Como por aquel entonces las comunicaciones iban de aquella manera, a México no había llegado una descripción detallada del cromo.
Y, claro, a del Río le entraron dudas.
Decidió darle a Humboldt unas muestras de plomo pardo.
Error.

1. Memoria pormenorizada de sus hallazgos.
Así podría presentarlos en Francia y científicos muy reconocidos podrían avalar el descubrimiento.
Más o menos por entonces llega a México un volumen del sistema de los conocimientos químicos de Fourcroix, una especie de enciclopedia química del momento en el que se describía el cromo del río.
Error. Acaba de convencerse se ha equivocado.
Aunque en realidad no lo ha hecho, y su honestidad lo lleva a rectificar públicamente, a pesar de que tampoco es que hubiera anunciado su descubrimiento a bombo y platillo.

Tanto en un artículo como en la traducción de un libro que publicó en 1804, añade una nota al pie de este plomo pardo:
"Saqué 14,80 % de un metal que, pareciéndome nuevo, llamé pancromo."
Pero, habiendo visto en Furcroix que el ácido crómico da también por evaporación sales rojas y amarillas, creo que el plomo pardo es un cromato de plomo.
Del Río da por zanjado el asunto, pero la cadena de desgracias y pifias aún no ha acabado.

Parece que la memoria que del Río le confió a Humboldt se perdió en un naufragio, junto con una parte de las muestras.
Así que a su llegada a París en 1804, el explorador no tiene resultados que presentar.
Lo que sí hace es darle un poco de plomo pardo a Víctor Colette de Cotles, un químico que había contribuido al descubrimiento del iridio.
Este la analiza y la lía.
Quizá influido por Humboldt, concluye erróneamente que el mineral no contiene ningún nuevo metal, solo cromo.

Y publica sus resultados, dejando claro que del Río se ha equivocado.
Parece que del Río no tuvo noticias de ese artículo hasta 1811.
Ay, las comunicaciones.
Pero cuando las tuvo, se le cayó el alma a los pies.
Si él ya había admitido que la sustancia desconocida era en realidad cromo, el francés no sólo se apuntaba el tanto del análisis del plomo pardo, sino que, de paso, lo dejaba a él en mal lugar.

Y aquí es cuando del Río, intentando defender su honor, cava definitivamente la tumba del eritronio.
Publica varios artículos para dejar claro que él había sido el primero en encontrar cromo en el plomo pardo.
Y escribe a Humboldt, enfadadísimo por el hecho de que, en vez de divulgar sus resultados, aún ignoraba lo del naufragio.
Le habría regalado las muestras a Decótillis, por la razón, sin duda, de que los españoles no debemos hacer ningún descubrimiento, por pequeño que sea, de química ni de mineralogía, por ser monopolio extranjero.

Parecía que ahí se acababa la cosa.
¿Pero entonces, casi 30 años después del análisis de del Río, va otro sueco... pero qué pasa con los suecos?
Y redescubre el eritronio en el hierro procedente de una mina de su país.
Dada la riqueza y variedad de sus colores, lo llamó vanadio, en honor a Vadis, uno de los nombres de Freya, la diosa nórdica de la fertilidad y el amor.
Bueno, por eso y porque no había ningún elemento que empezara por V.

Por suerte para del Río, Humboldt, que debía seguir dándole vueltas al asunto, le había enviado algunas muestras de plomo pardo a Friedriick Wohler, conocido por sintetizar la urea.
Este, nada más anunciarse el hallazgo del vanadio, se dio cuenta de que era el mismo metal que había encontrado del Río; de hecho, Wohler podría haberse apuntado el redescubrimiento si no fuera porque una intoxicación con ácido fluorhídrico le dejó fuera de combate durante un tiempo.

Otra casualidad.
Gracias a Wohler, se reconoce el papel de del Río en una nota al final del artículo en el que se anuncia el descubrimiento del vanadio.
Pero el nombre ya no cambió, a pesar de algunas iniciativas en ese sentido.
Parece que el propio Humboldt reivindicó el hallazgo de del Río ante la Academia de Ciencias Francesa.

Un famoso geólogo anglosajón, hasta propuso cambiar el nombre por Río o rionio.
Así es como dos de los tres elementos descubiertos por españoles perdieron su nombre.
El wolframio realmente estuvo muy cerca de conservar el suyo.
De hecho, en 1949, la IUPAC, la máxima autoridad en cuestiones químicas, recomendó usarlo en vez de tungsteno.

En 1951 se volvió a examinar el asunto y la comisión encargada decidió mantener esa recomendación.
Por desgracia, antes de que pudieran publicar su informe, la prensa estadounidense publicó que habían decidido eliminar el nombre tungsteno, aunque no era cierto.
Se armó un gran revuelo y la comisión optó por no meterse en berenjenales y reconocer ambos nombres,
hasta que en 2005 el que acabó desapareciendo fue wolframio, pese a las protestas de los químicos españoles.

La IUPAC se lo cargó alegando que sus recomendaciones solo aplican a términos predominantemente en inglés y que en el resto de idiomas usamos el término que nos diera la gana.
Y así ha sido.
Los químicos hispanohablantes se mantienen firmes usando wolframio y la RAE admite los dos nombres, priorizando el de wolframio.
Y de hecho, el nombre también se utiliza en otros países como Alemania, Dinamarca y hasta en Suecia, la cuna de la piedra pesada.

Como mínimo, a los hermanos de Luyar les queda la W del símbolo.
Esa letra quedará ahí para la posteridad, para recordarnos que el tungsteno debería llamarse de otra manera.
Del Río. Ni eso.
Químicos mexicanos, apoyados por el mismísimo Paulin, una eminencia de la química, lucharon por el eritronio.
Y es que la propia IUPAC concede al descubridor de un nuevo elemento la potestad de proponer su nombre.
Sin embargo, tampoco tuvieron éxito.

La comisión de nomenclatura apuntó que no sólo del Río se había retractado de haber encontrado un elemento nuevo, sino que había defendido a capa y espada que había sido el primero en detectar cromo en el plomo pardo y no eritronio.
En esas circunstancias, era difícil atribuirle el descubrimiento.
La insistencia con la que del Río había defendido su honor había acabado completamente con cualquier mínima posibilidad que hubiera tenido el eritronio.

Y hasta ahí llegamos en la reivindicación de los nombres de nuestros dos elementos.
Ah, y si te lo estás preguntando, el tercer elemento con sabor español es el platino, el único con nombre español.
También tiene una historia curiosa, con piratas y todo, pero me la reservo para otro día de fascinante historia de la química.
Y ya sabes, si quieres más ciencia, solo tienes que suscribirte.
Y gracias por vernos.